Comentario
En términos numéricos, la nobleza representaba una minoría dentro del conjunto social. Aunque los aristócratas titulados eran escasos, la pléyade existente en España de pequeños nobles, conocidos bajo la denominación genérica de hidalgos, elevaba la proporción en este país a casi un 10 por 100. Sólo en la Corona de Castilla, 133.000 familias gozaban a fines del siglo XVI del privilegio de hidalguía (A. Domínguez Ortiz). En cualquier caso, existían contrastes regionales. En el País Vasco había un gran número de pequeños nobles. Ciertas localidades mantenían incluso el privilegio de la hidalguía general para sus vecinos. En el Sur, por el contrario, la situación era la inversa. Andalucía contaba con relativamente pocos nobles, aunque de rango superior.
Algo similar al caso castellano ocurría en Polonia, donde la "szlachta" (pequeña nobleza rural) representaba un 15 por 100 del total de la sociedad. En Francia y en los países del norte y el noroeste de Europa la densidad de nobles era mucho menor, en torno al 1 por 100 del total. En Inglaterra la proporción se acercaba al 2 por 100.
El conjunto de la nobleza de los primeros siglos modernos compartía, por lo general, salvando las diferencias nacionales, un mismo sistema de valores mentales y participaba por igual de los privilegios jurídicos y sociales del estamento. Sin embargo, no puede hablarse de una completa horizontalidad dentro del grupo. Éste, por el contrario, se articulaba jerárquicamente, dando lugar a diversas categorías de nobles. Existía una alta, una mediana y una baja nobleza, cada una de ellas con, a su vez, diferentes clases. En Francia había unos veinte tipos distintos de nobles.
Para el caso castellano, Domínguez Ortiz ha distinguido no menos de media docena de escalones nobiliarios. El inferior estaría conformado por las que este autor denomina situaciones pre-nobiliarias; entre las que se hallarían, por ejemplo, los caballeros cuantiosos, que estaban en trance de conseguir el reconocimiento como nobles de pleno derecho, aunque su posición era aún intermedia entre el estado noble y el plebeyo. En sentido ascendente estaría, a continuación, la masa de hidalgos, nobles de inferior rango que abundaban en el medio rural y que disponían por, lo general de limitados medios de fortuna, aunque disfrutaban por completo de los privilegios del estamento.
Más arriba de los hidalgos se situaban los caballeros ciudadanos, miembros de las oligarquías políticas de las principales ciudades, y los caballeros de hábito de órdenes militares, integrantes de estas antiguas instituciones de origen medieval, fundadas con la finalidad de conquistar espacios a los musulmanes y que habían recibido a cambio el señorío sobre amplios territorios, que dividían para el disfrute de sus tierras en encomiendas. Las principales órdenes militares castellanas eran las de Santiago, Calatrava y Alcántara, y aunque la Corona se había hecho con el control de sus maestrazgos, subordinándolas económica y políticamente a la Monarquía, seguían manteniendo un gran poder territorial, actuando corno certificadoras de status nobiliario para sus miembros.
Por encima de esta nobleza media de caballeros se situaba la alta nobleza, formada por títulos y grandes. La nobleza titulada comprendía varias categorías (duques, condes, marqueses), cuyo número creció en España a lo largo del siglo XVI: había 35 títulos a comienzos del reinado de Carlos I y 99 a finales del de Felipe II. Todos ellos disponían en diverso grado de un gran poder territorial, como titulares de grandes señoríos, y de una posición social preeminente. Se trataba, obviamente, de un sector muy minoritario, en posesión de grandes medios de fortuna. La grandeza de España es una categoría creada por Carlos I en torno a 1520. El número de sus miembros se limitaba, en origen, a sólo 20 familias. Formaban un círculo selecto entre los principales nobles titulados, que gozaban de diversos privilegios, entre ellos el simbólico de permanecer con la cabeza cubierta en presencia del rey, del que recibían el tratamiento familiar de primos.
Hay que hacer notar que en los primeros tiempos modernos la alta nobleza castellana evolucionó de rural a cortesana. Todavía en el siglo XVI era habitual que los grandes aristócratas titulados permanecieran en las localidades que eran cabeza de sus estados señoriales, en las que disponían de magníficos palacios y donde ejercían un activo patronazgo sobre iglesias y conventos, rodeándose de una pequeña corte señorial de la que tomaban parte familiares, administradores, capellanes y fámulos. Con el tiempo, sin embargo, tendieron a desplazarse hacia la corte de los monarcas, en la que desempeñaban cargos y recibían honores. Esta tendencia se hizo más acusada con la fijación de una capitalidad política de la Monarquía.
El volumen de ingresos que recibían las arcas de las haciendas de los altos nobles, aunque contrapesado por los enormes gastos que implicaba el mantenimiento de un costoso tren de vida, era muy elevado. Tales ingresos procedían de las rentas de las tierras que formaban parte de mayorazgos y señoríos, así como de la fiscalidad señorial impuesta sobre sus vasallos. Así, hacia finales del XVI, el duque de Medina Sidonia recibía una renta por valor de 170.000 ducados. El Almirante de Castilla, duque de Medina de Rioseco, alcanzaba los 130.000, y los Alvarez de Toledo y Hurtado de Mendoza, respectivamente duques de Alba y del Infantado, se situaban en torno a los 120.000 ducados anuales de renta. A título comparativo puede apuntarse que estas rentas eran superiores a las del rico Arzobispado de Sevilla. Un campesino asalariado no debía ganar, por la misma época, más de 30 ó 40 ducados anuales.
En la Corona de Aragón, la baja nobleza estaba representada por los barones catalanes y por los infanzones aragoneses, abundantes en el área pirenaica. Más al sur los nobles eran menos en número, pero más poderosos. Existía una categoría similar a la grandeza de Castilla, los llamados ricos hombres.
En Francia, como en España, existía también un grupo de grandes, de reducidas dimensiones, que conformaban la alta nobleza de rango superior. Del mismo formaban parte los príncipes de sangre (parientes del rey), los pares, los duques y los grandes prelados. Según P. Goubert, caracterizaban a este grupo las siguientes notas: a) Era una nobleza muy antigua, es decir, notoria, no necesitada de pruebas (en realidad esta antigüedad no siempre era real; en Castilla los grandes linajes nobiliarios, que se reputaban como muy antiguos, tenían origen en su mayoría no más allá del siglo XIV); b) disponía de una fortuna brillante basada en dominios territoriales, aunque se trataba de una fortuna frágil debido a su dispersión, que implicaba disfuncionalidades y problemas de administración; c) mantenían pretensiones políticas, que generalmente implicaban la resistencia al poder absoluto del monarca y la administración real, así como el convencimiento de que sus miembros debían formar parte del Consejo real, ocupar ciertos cargos importantes (especialmente militares) y controlar el poder provincial.
En la vieja nobleza francesa (la llamada nobleza de espada, que se distinguía de la nueva nobleza de toga) se daban también cita otros grupos, además del formado por los grandes. La propia nobleza parlamentaria, acusada a menudo de procedencia burguesa por los nobles cortesanos, era más una nobleza antigua que de nuevo cuño, como ocurría en el caso de Bretaña. Había también una nobleza media provinciana, propietaria de tierras y señoríos, de carácter rentista. Por fin, existía una capa de nobleza inferior rural, los "hobereaux" (gentilhombres campesinos), de modestos medios económicos (sobre todo si se les compara con los de otros escalones superiores de la aristocracia) y a menudo empobrecidos a causa de las deudas contraídas con los prestamistas burgueses. El perfil social de este grupo se aproxima en cierto modo al de los hidalgos castellanos, no sólo por cuanto a su situación económica se refiere, sino también porque ambos participaban de un rasgo común característico de mentalidad que les llevaba a identificarse con el oficio de las armas. La pobreza de los "hobereaux", como la de los hidalgos castellanos, ha sido a menudo exagerada, pues, a pesar de que a veces se vieron abocados al trabajo manual para asegurar la subsistencia, solían disponer de una casa señorial con varios sirvientes domésticos, de algunas tierras e, incluso, señoríos.
En Inglaterra también pueden comprobarse las diferencias entre una nobleza mayor y otra menor, de acuerdo con una estructura social jerárquica piramidal. El escalón superior estaba constituido por los pares, cuyo distintivo era el derecho a formar parte de la Cámara de los Lores. A lo largo del silo XVI la condición de los pares se definió lealmente como categoría hereditaria inalienable. A los pares se les reconocía un conjunto de privilegios legales, económicos y políticos que los distinguía como aristocracia, diferenciándolos de la nobleza menor. Constituían una nobleza titulada escasa en número (de 60 a 120 individuos).
En escalones inferiores se hallaba la "gentry" rural; la élite de los condados, que agrupaba a su vez diversas categorías (squires, knights, baronets), y, los simples caballeros, que eran generalmente pequeños propietarios, profesionales o burócratas (L. Stone). En Inglaterra, como en otros países, la riqueza podía abrir las puertas a la nobleza. El Colegio de Heraldos se encargaba, desde principios del siglo XV, de la certificación del status nobiliario. Naturalmente, una buena suma podía ser suficiente para falsificar un blasón y un árbol genealógico aristocráticos.